Juan Felipe Gutiérrez RodríguezTALLER LECTURA CRÍTICAGRADO 11GIMNASIO TOSCANARESPONDA LA PREGUNTA 1 DE ACUERDO CON LA SIGUIENTE INFORMACIÓNEl primer gran filósofo del siglo diecisiete (si exceptuamos a Bacon y Galileo) fueDescartes, y si alguna vez se dijo de alguien que estuvo a punto de ser asesinado habráque decirlo de él.La historia es la siguiente, según la cuenta Baillet en su Vie de
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Juan Felipe Gutiérrez Rodríguez
TALLER LECTURA CRÍTICA
GRADO 11
GIMNASIO TOSCANA
RESPONDA LA PREGUNTA 1 DE ACUERDO CON LA SIGUIENTE INFORMACIÓN
El primer gran filósofo del siglo diecisiete (si exceptuamos a Bacon y Galileo) fue
Descartes, y si alguna vez se dijo de alguien que estuvo a punto de ser asesinado habrá
que decirlo de él.
La historia es la siguiente, según la cuenta Baillet en su Vie de M. Descartes, tomo I,
páginas 102-103. En 1621, Descartes, que tenía unos veintiséis años, se hallaba como
siempre viajando (pues era inquieto como una hiena) y, al llegar al Elba, tomó una
embarcación para Friezland oriental. Nadie se ha enterado nunca de lo que podía buscar
en Friezland oriental y tal vez él se hiciera la misma pregunta, ya que, al llegar a
Embden, decidió dirigirse al instante a Friezland occidental, y siendo demasiado
impaciente para tolerar cualquier demora, alquiló una barca y contrató a unos cuantos
marineros.
Tan pronto habían salido al mar cuando hizo un agradable descubrimiento, al saber que
se había encerrado en una guarida de asesinos. Se dio cuenta, dice M. Baillet, de que su
tripulación estaba formada por criminales, no aficionados, señores, como lo somos
nosotros, sino profesionales cuya máxima ambición, por el momento, era degollarlo.
La historia es demasiado amena para resumirla y a continuación la traduzco
cuidadosamente del ori- ginal francés de la biografía: “M. Descartes no tenía más
compañía que su criado, con quien conver- saba en francés. Los marineros, creyendo
que se trataba de un comerciante y no de un caballero, pensaron que llevaría dinero
consigo y pronto llegaron a una decisión que no era en modo alguno ventajosa para su
bolsa. Entre los ladrones de mar y los ladrones de bosques, hay esta diferencia, que los
últimos pueden perdonar la vida a sus víctimas sin peligro para ellos, en tanto que si los
otros llevan a sus pasajeros a la costa, corren grave peligro de ir a parar a la cárcel. La
tripulación de M. Descartes tomó sus precauciones para evitar todo riesgo de esta
naturaleza. Lo suponían un extran- jero venido de lejos, sin relaciones en el país, y se
dijeron que nadie se daría el trabajo de averiguar su paradero cuando desapareciera”.
Piensen, señores, en estos perros de Friezland que hablan de un filósofo como si fuese
una barrica de ron consignada a un barco de carga. “Notaron que era de ca- rácter
manso y paciente y, juzgándolo por la gentileza de su comportamiento y la cortesía de
su trato, se imaginaron que debía ser un joven inexperimentado, sin situación ni raíces
en la vida, y concluye- ron que les sería fácil quitarle la vida. No tuvieron empacho en
discutir la cuestión en presencia suya pues no creían que entendiese otro idioma
además del que empleaba para hablar con su criado; como resultado de sus
deliberaciones decidieron asesinarlo, arrojar sus restos al mar y dividirse el botín”.
Perdonen que me ría, caballeros, pero a decir verdad me río siempre que recuerdo esta
historia, en la que hay dos cosas que me parecen muy cómicas. Una de ellas es el
pánico de Descartes, a quien se le debieron poner los pelos de punta, ante el pequeño
drama de su propia muerte, funeral, herencia y administración de bienes. Pero hay otro
aspecto que me parece aún más gracioso, y es que si los mastines de Friezland
hubieran estado “a la altura”, no tendríamos fil
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